El segundo viaje fue en 2006. Fue parte de un viaje más largo y a Italia fuimos en busca del pasado, de ese hilo que nos une a la existencia del mundo. Fuimos a la región donde nacieron nuestros bisabuelos, donde había parientes lejanos y hasta la casa rosa de donde se fue la pequeña Quinta dejando atrás el dolor y a la que volvió muchos años después a visitar a sus hermanos, primos y tíos. Un viaje muy emotivo que te cuento aquí.
2006 – “Calciopoli”
La recepción de un hostel luego de la cena es un ambiente alegre y divertido. En una mesa cuatro niños -bueno no serían niños pero sus caritas aún reflejaban las ansias por perder la inocencia- se reían entre trago y trago de cerveza y parloteaban no sé si alemán o danés.
En otra, una pareja brindaba mirándose a los ojos aunque no había amor en ese flujo sin materia, solo reproches de vieja data y el recuerdo de un aniversario más.
Más aquí una banda bulliciosa de diez a doce jóvenes que se divertían con un juego de adivinanzas el cual condimentaban con vera picardía italiana.
Detrás de la recepción un cuarentón pelado pero musculoso y de sonrisa forzada, respondía pacientemente las consultas de un grupo de turistas napolitanos.
Otros dos jóvenes atendían la barra del bar y preparaban con igual rapidez un vaso de birra tirada, un capuccino o un caffè macchiato.
De repente se hizo un silencio vacío y hueco. Sólo las risas aniñadas de los cuatro alemanes o daneses, quedaron flotando por un instante hasta que también ellos sintieron la densidad del ambiente y se callaron. El resto de los concurrentes miraba hipnotizados la placa en la pantalla del televisor.
La Juve descendía a la B, se le quitaban los títulos de los dos scudettos, sería penalizada con 30 puntos y €120.000 de multa.
El silencio se hizo susurro pero nadie se atrevió a opinar en voz alta. El Calcio se vive con pasión, con tormento, con dolor. Cuando una mujer descubre la infidelidad de su esposo, sus vecinas y amigas se harán carne en la traición… aquí no todos eran hinchas de la Juve pero comprendían, podían sentirlo, se hicieron carne de ese sufrimiento y desazón.
Durante veinte minutos el hostel de Giudecca quedó hechizado por las entrevistas, los informes y los comentarios de los conductores de TV. Hasta los jóvenes de la barra pudieron descansar del despacho febril de bebidas y apoyarse en ella a mirar.
Luego, la tele pasó a un reality y el ambiente en el hostel comenzó a distenderse. Alguien apagó la tele y puso música. Los cuatro niños, alemanes o daneses, se pusieron a bailar y nunca entendieron tanta zozobra y preocupación.
La banda de ragazzi italiani fue sumándose de a poco, después de todo eran vacaciones y tiempo de “dolce far niente”.
2006 – Experiencias culinarias
Si cuentas con bajo presupuesto para recorrer Italia y puedes recurrir a algún lejano familiar o familiar de un familiar o quién sea que te aloje ¿por qué no? Allá vamos.
Primer parada: Le Marche. La tierra de la cual alguna vez partieron mis ocho bisabuelos.
Marieta, una conocida de mi pueblo natal, dictaminó: -“Van a visitar a Mario y Rosana C y le llevan mi regalo para ellos.” –“Pero si Mario no es nada mío.” –“Bueno, pero es C, no?” -“Portar el apellido de mi abuela lo hace pariente mío?…”
Esa duda no duró demasiado. Al llegar a Le Marche fuimos directo a Porto Recanati en busca de Mario y Rosana. Paramos en la avenida principal sobre la costa del Adriático y consultamos por la dirección que teníamos.
– “Eh sì, Vía Colombo sì. Ma ¿a chi cerca?”
– “Mario C”
– “Ah!! Mario!!! si! Però, lui ancora e´ al laboro, beh, lo sai, lui é giardiniere.”
Ok parece una ciudad pero evidentemente es un pueblo pequeño y se conocen todos. Fuimos hacia donde nos indicó la amable mujer y tocamos el portero. –“¿Qué decimos? Si apenas chapotemos algo en italspañol…”
-“Ciao, si?”
– “Ciao …, ehhhh. Noi venimos de Argentina, portiamo un regalo da Marieta per lei…”
Con total desfachatez, dos extraños le tocaban el timbre a la pobre mujer, pariente de una conocida y pretendían que la mujer abra! Era impensable… pero abrió. Rosana era bajita, de pelo chocolate con arándanos, nariz pompona, labios finos y pera marcada…muy alegre y vivaz.
Nos invitó a subir y nos explicó que –“Mario ancora e´ al laboro, beh, lo sai, lui é giardiniere.” No supimos como explicarle que la amable señora ya nos lo había contado… -“Ok, ok, solo portiamo el regalo. No che problema”
-“Ma, ¡Aspettatelo! Lui ritorna tra mezz´ora! ¿Vi va un caffé?
Y bue…habíamos llegado hasta allí y esta mujer fue tan amable de recibirnos…nos quedamos. Alrededor de las 18 llegó Mario. Bajito, con unos lentes de cristales gruesos que no podían ocultar una mirada pícara, divertida, afable; también tenía nariz pompona, labios finos y pera marcada…el pensamiento fue inevitable -¿Yo, tendré los mismos rasgos?-.
Apareció tras la puerta con una sonrisa y ni siquiera se sorprendió de tener dos extraños en su living, simplemente lo disfrutó.
-“Loro sono argentini, portano un regalo da Marieta…”
-“Ohhh! benvenuti ragazzi!!!!”
Diez minutos de charla en italspañol y Mario propone -“Mi faccio la doccia e andiamo a cena da Giulio. Va bene?”
…. –“¿Quién será Julio? ¿Otro pariente?” Nos mirábamos sorprendidos por la situación pero habíamos llegado hasta allí y esta pareja fue tan amable de recibirnos…aceptamos.
Salimos. Mario se sentó adelante junto a T y le indicaba el camino: “volta quí, avanti per lá, volta, andare avanti, avanti, avanti, risale, risale, risale… volta ¡Ferma lí! ¡Siamo arrivati!”
Fue como un camino sin salida, subimos, subimos y subimos la cuesta y apenas el auto estuvo plano ¡frena aquí!, como si la única meta de ese camino de montaña fuese el restaurant de Giulio. En realidad era un restaurant frente la iglesia de Potenza Picena, un paesino en la cima de una montaña, y seguro habrán existido otras opciones pero Mario no estaba jugando a “Elige tu propia aventura”, solo quería comer.
-“Giulio il solito! le gritó con total confianza Mario al cameriere… Il solito…lo de siempre…Entrada: fiambres rojos, con ese perfume del galpón de mi abuelo que era carnicero y faenaba cerdo para hacer exquisiteces como estas…ummm -“¡Mangia, mangia!”; Primo piatto: pasta obviamente, suculenta, caliente, con una crema de huevo que te humecta hasta el corazón… -“¡Mangia, mangia!”; ¡Secondo piatto!: -“no pero ya está, no lo pida, es demasiado!” Agnello, patatine fritte e insalata…Cordero asado, crujiente, de un marrón cuasi dorado…-¡“Mangia, mangia!” –“Oh creo que voy a vomitar! Es demasiado, me sale comida por los poros.”; ¡Postre! –“Oh no para mí no” -“Ma va! come no?” “¡Mangia, mangia!”; con los ojos cruzados, borracha de sólidos -hasta ese momento era un tipo de borrachera que aún no conocía-, vi que Giulio retiró las copas con helado de chocolate y volvió con dos copitas de grappa con unos amarettis y a las mujeres nos preguntó si queríamos café o té -“¡Machistas!” yo necesitaba una botella de whisky para digerir toda esa comida.
Mario se reía, hacía chistes, estaba encantado con nuestra compañía y con el vino y la grappa… T se reía por la grappa también! Yo me sentía tan dilatada que solo podía pensar sino explotaría antes de volver por ese caminito de montaña y regresar sanos y salvos a estos dos señores. Era la escena de una película bizarra. No teníamos idea cómo habíamos llegado hasta allí, con dos desconocidos que nos trataban como hijos que regresan de un año Erasmus.
En un par de horas pasamos de absolutos ignotos a “como chanchos” – diríamos en mi pueblo-, o quizás, como verdaderos marchegianos.
Segunda parada: Piemonte, tierra de los ocho abuelos de T.
Aquí también la pareja que nos recibió no eran familiares directos sino parientes de la suegra de la hermana de T. Pero como a veces pasa, te llevas mejor con dos desconocidos que con tus propios amigos.
R y G adoraban la buena mesa y los buenos vinos, nos hicieron probar todos los sabores de Piamonte y encima eran fanáticos de Slow Food como nosotros.
La primera noche fuimos a un barcito muy canchero donde tomé la cerveza negra más potente y con más cuerpo de mi vida. Se llamaba Toro porque embestía con la fuerza de ese animal en tu boca.
La segunda noche a un restaurant en Cavour donde comimos carne cruda di fassone battuta al coltello, un antipasto veramente piamontese porque se realiza con la carne de fassone, principal especie bovina de la región, aunque su origen es aparentemente de la polinesia francesa. Se trata de una bola de carne picada cruda sazonada con sal, pimienta, aceite de oliva, apio, aceite de trufa y limón, mucho limón. Si bien era una sensación rara comer carne de un color rosa intenso –en Argentina la carne se la cocina hasta estar marrón, en mi caso, tirando a tostadita- el sabor era rico y, de todas formas, lo más interesante fue poner el paladar a prueba con lo que ofrece cada lugar.
El tercer día, nos llevaron a recorrer el valle del Langhe, una infinita sucesión de caminitos que serpentean entre las colinas sembradas de vides. Alba con Ferrero Rocher y la búsqueda de la trufa blanca; luego Barolo y Barbaresco, el rey y la reina de los tintos; Bra, cuna del movimiento Slow Food y cientos de pequeños caseríos con ostentación de pueblos, hasta subir a la pequeña localidad de La Morra desde donde puede apreciarse todo el valle en su inmensidad. Desde el balcón de la Piazza Castello se pueden ver las colinas como si fuesen pequeños recuadros verdes entrelazados entre sí como la frazada al crochet que nos tejía la abuela para abrigarnos.
La última noche cenamos en un restaurant rural, con vistas a la plantación de vides, una decoración campestre que me recordó ambientes muy bien conocidos, y una comida casera que también nos hizo sentir como si estuviéramos en casa.
Ni el Papa, ni el Coliseo, ni Miguel Ángel, ni Da Vinci…. Definitivamente a Italia se va a comer.