Raíces de Madder o de granza para teñir de rojo; hojas de índigo para lograr el azul; cebolla, manzanilla o vid para el amarillo; cáscaras de nuez para el marrón y bellotas de roble para el negro.

Desde tiempos prehistóricos el hombre necesitó resguardarse del frío. Primero utilizó las pieles de los animales. Luego aprendió a hilar y tejer la lana, el algodón y el lino. Esos tejidos llamados alfombras se utilizaron para aislar térmicamente los suelos y las paredes y mucho más tarde para decorar los ambientes.

Una alfombra era el resultado de varias personas y muchos meses de trabajo desde esquilar al animal, transformar su lana en hilo, teñirla de vivos colores y luego laboriosamente anudarlos para plasmar dibujos y patrones. Una técnica que según los arqueólogos el hombre podría haber desarrollado hace ¡3500 años!

Para algunos las alfombras serán un objeto de lujo. Homero da cuenta de su uso en La Ilíada y La Odisea; entre los suntuosos regalos que la Reina de Saba le hizo a Salomón estaban las alfombras y en la India eran sinónimo de tal suntuosidad que se le agregaban hilos de oro y plata.

En cambio, para los pastores nómadas de las estepas asiáticas las alfombras eran un elemento de supervivencia. Con ellas hacían las puertas de sus yurtas desmontables, cubrían los pisos para dormir, les daban forma de bolsa y así transportaban sus alimentos y ropas y eran moneda de cambio para comerciar con otros pueblos.

Para los occidentales el patrón, la simetría de los dibujos y la combinación de los colores responde a un hecho artístico, a la búsqueda de la emoción que provoca el arte.

En cambio, para los orientales esa combinación responde a un hecho espiritual, a la expresión del alma, de las tradiciones, la religión y la filosofía. Los persas dejaron impreso en ellas su historia, sus concepciones del mundo, sus creencias y valores.

Entonces cuando vayas a pisar una alfombra ¡cuidado! estos tapetes pueden no ser simples objetos y tener su propio mensaje para ser observado, meditado y comprendido.