Todo aquello que se prohíbe se escabulle con una fuerza arrolladora por las grietas insostenibles de la represión.

La prohibición engendra lo prohibido. Acrecienta el vínculo emocional de las víctimas con aquello prohibido y genera adeptos, fanáticos o fundamentalistas allí donde quizás solo había meros espectadores.

En los últimos años, enmarcada en la lucha por la soberanía política, Cataluña se ha empeñado en diferenciarse y distinguirse del resto de España. Esto ha provocado que, por un lado las políticas culturales y, por otro, las prácticas de la sociedad civil, potencien y estimulen todas aquellas manifestaciones de cultura y tradición que son consideradas como expresiones propias de la identidad catalana.

Un post aparte merece el tema de la lengua. El catalán, perseguido por el régimen franquista, hoy se vocifera en cada rincón. Como gesto de rebeldía contenida durante décadas suena en todos lados, se grita, se canta. Ya no se murmura.

Aquí te cuento 3 formas en las que los catalanes expresan su diversidad cultural, los cofres del tesoro de su identidad. Dado que mi viaje fue en diciembre de 2017 para cubrir el referéndum sobre la posibilidad de separarse de España, estas manifestaciones de identidad estaban exaltadas a su máxima expresión.

La sardana  

El baile de la sardana, también prohibido durante la dictadura, ha sido recuperado con especial entusiasmo a partir de las reivindicaciones de independencia como símbolo de una identidad catalana diferenciada. Esta danza tuvo connotaciones políticas desde sus orígenes ya que, según se cuenta, desde finales del siglo XIX fue el baile que representaba a los partidarios de la República en contraposición al contrapás que eligieron los carlistas. Bailando la sardana, identidad catalana

La sardana tiene una fuerte presencia en las diferentes fiestas que se realizan durante el año en Cataluña y existen muchas asociaciones que se dedican a enseñarla y fomentarla. Pero también cada domingo por la mañana vale la pena llegarse hasta la explanada frente a la Catedral para escuchar a la cobla y ver el espectáculo de los catalanes que espontáneamente se acercan a bailarla.

Jóvenes, adultos, mamás con sus hijos y abuelos, algunos mostrando la espardenya típica en sus pies pero la mayoría simplemente vestidos con sus ropas de domingo. Todas las generaciones se abrazan, se saludan, participan, se emocionan. Juntan sus brazos en ronda y dan pequeños pasos mientras el círculo gira lentamente al ritmo de la música. Los que llegan se van uniendo agrandando el círculo, ensanchando el orgullo y la emoción de pertenecer.

Aplauden cada interpretación de música y baile. Hacen flamear la bandera y se enorgullecen, porque no hay duda que las ballades de sardanes representan todo un símbolo del orgullo catalán.

Castellers

Una exposición de culos blancos y bien moldeados, manos que los tocan, los levantan y los sostienen. Decenas de manos que se organizan y aúnan fuerzas para levantar esas torres humanas de 6 o 7 pisos –“Porque recién inicia la temporada”, me aclaró uno de ellos cuando me mostré sorprendida por la altura que alcanzan, “al final serán más”-.

En las diadas cada colle hace su demostración de todo lo que ha logrado en un año de prácticas. Pirámides humanas de resistencia, peso, experiencia y musculatura en orden decreciente hacia el cielo.

En la base son muchos y van los más resistentes, los más experimentados, los de espaldas anchas y duras, algunos pondrán sus manos en los culos redondeados mientras los otros se ubican detrás formando una cadena de apoyo que, en un trabajo de organización sorprendente, entretejen sus brazos para ayudar a sostener la torre.

Las manos se entrelazan y se elevan, se sostienen, se unen para aguantar el primer piso del castillo, una primera línea de jóvenes con músculos muy trabajados, que usan fajas atadas a la cintura como peldaños para que escalen los demás. Una línea más arriba pueden ir mujeres, también de músculos fuertes, mientras que las líneas siguientes son para unos adolescentes desgarbados y livianos y así hasta que avanza ágilmente a la cima, un pequeño de ¿cuánto? ¿4 años? que trepa como monito con su culo blanco intrépido, alcanza la altura máxima, levanta su puño como símbolo de victoria y desciende rápido por el otro lado de la torre.

La disminución del peso y la edad es directamente proporcional a la altura. Mientras que la confianza, resistencia, fortaleza y concentración es directamente proporcional a la base de sustentación de los castellers.

¿Acaso una representación de cómo debería funcionar una sociedad? Los más grandes, experimentados y fuertes se unen para sostener a los adultos que forman la primera línea de fuerza, éstos sostienen a los que le siguen en edad y vivencias, hasta los más pequeños que son la cima a cuidar y sostener… No siempre se da así pero no dejo de soñarlo.

Como expresión de una identidad catalana solidaria, las colles castelleras no son solo muestras de destreza y compañerismo, también hacen observaciones políticas. En esta ocasión uno de los pequeños al llegar a la cima desplaza una bandera “Casa Nostra Casa Vostra” y se la pone en la cara de las autoridades que observan el espectáculo desde el balcón del Ayuntamiento, mostrándoles qué opinan de un tema candente en toda Europa: la inmigración.

Finalmente, todos los grupos bailan con sus pañuelos de colores en alto, sonríen, festejan la obra terminada. Los pequeños subidos a los hombros de los mayores que los encumbran como campeones. La fiesta casi acaba.

 

Las Festes de Santa Eulàlia

Si bien la Mercè es la fiesta más conocida de Barcelona, probablemente porque se hace en septiembre cuando aún reina el sol, hay otra fiesta con mucho color catalán en febrero. Las Festes de Santa Eulàlia son una expresión de cultura popular y tradición mezclada con algo de coyuntura política y un poco de show para los turistas. Una manifestación sintetizada de la identidad catalana actual.

Todos los protagonistas de esa cultura popular se muestran, se pasean y se exponen al público cada año durante varios días alrededor del 12 de febrero. La fiesta comienza con la colocación del pendón, la bandera histórica de la ciudad en el balcón del Ayuntamiento; luego el pregón de los niños; continúa con el baile del Áliga, espectáculos de música, danza, folklore, religión; el correfoc, una exhibición de diablos, bestiarios, fuego y percusión; y finaliza el domingo con la diada castellera y el seguici de Santa Eulalia. Festes de Santa Eulalia, Identidad catalana

El séquito de Santa Eulalia se inicia, paradójicamente -¿o no?- en la Plaza Real que lleva ese nombre en honor de la monarquía española. Ese día ningún turista reparará en los señoriales y uniformes edificios con pórticos y balcones de hierro trabajados, ni en las palmeras desorientadas en medio de tanto cemento, ni en las farolas del joven Gaudí, ni tampoco en la fuente de las Tres Gracias. Toda la ornamentación y la arquitectura de la plaza queda prácticamente oculta y aunque ella está más bulliciosa que de costumbre, esos que la han tomado y conquistado son un ejército de figuras inanimadas: gigantes, gegantons, cabezudos, enanos y bestias. El Áliga, la Mulassa, el Lleó, el Drac y la Vibria -versiones masculinas y femeninas del dragón que es una de las figuras más importantes de la mitología catalana-. Toda la imaginería de la identidad catalana conquista la Plaza Real, luego recorren las calles del barrio haciendo diversas ofrendas y arriban a la Plaza Sant Jaume para los bailes protocolares de la fiesta.

Todas estas figuras que estaban desaparecidas a raíz de un Decreto del Rey Felipe V de 1771, fueron recuperadas por el Proyecto de Restauración de la Imaginería Festiva desde 1989 y actualmente simbolizan esa identidad catalana tan exaltada y festejada.

Las figuras son armazones que llegan a pesar entre 40 y 50 kg., portadas por expertos no solo en cargarlas sino en realizar la coreografía de los bailes específicos que representa a cada una de ellas.

Preside el desfile la Gegantona Laia, una figura que representa una niña de trece años, vestida con una indumentaria propia del siglo IV, época en la que según cuenta la leyenda, vivió Santa Eulàlia. Que se convirtió en santa por haber defendido su fe enfrentándose a los enviados por el emperador romano en la persecución de los cristianos, por lo cual fue encarcelada, torturada y luego crucificada. Por todo ese martirio Laia representa la defensa de los ideales y la justicia.

Detrás de Laia llegan los gigantes de la ciudad, representaciones del Rey Jaume I y su esposa Violante de Hungría. Ellos también llevan entre su vestimenta, joyas y complementos todos los símbolos de catalanidad y, según afirman los barceloneses, también de diálogo y respeto por los valores.

Los Gigantes de la Ciudad, son el elemento folclórico que pertenece y representa al Ayuntamiento de Barcelona, detrás vienen las figuras pertenecientes a los diferentes barrios y todo un entramado de asociaciones barriales y espíritu de comunidad.

Festes de Santa Eulalia, identidad catalanaElisenda y Mustafà, nombres con los que fueron bautizados los gigantes del Pi, representan una dama cristiana y un noble moro.

Los Gigantes Peret el Fanaler y Marieta de l’Ull Viu, representan a dos barrios del casco antiguo, Sant Pere y la Ribera. Él, un falaner (farolero), oficio muy característico de la zona de finales del siglo XIX, lleva en las manos una farola y una antorcha. Ella, Marieta de l’Ull Viu, representa a un personaje real que vivía en la Ribera y, según la leyenda solía ir a la Font del Gat de Montjuïc acompañada de un soldado, que la dejó embarazada y la abandonó. Toda esa desventura Marieta la detalla en la canción que representa al personaje.

Pep Barceló y Maria la Néta son los Gigantes de la Barceloneta y representan personajes típicos de un barrio marítimo: él es un pescador con camisa a rayas, bigote y pipa; ella, una pescadera del mercado, con la fuente de pescado en la cabeza, pero sin perder la coquetería.

Colom y Coloma, los Gigantes de Sant Andreu de Palomar, son mitad humanos, mitad pájaros: tienen un cuerpo humano desnudo con músculos bien marcados, pero cabeza y alas de paloma. En 2005, Coloma puso un huevo, que portó en cada desfile durante nueve meses, hasta que finalmente nació el gegantó Galtetes, hijo de la pareja, que desde entonces los acompaña en los desfiles.

Armand de Montjuïc y Rosa del Paral·lel, son los Gigantes de Poble-sec. Ella es una vedet de la Avenida Paral·lel, vestida con poca ropa y unas plumas verdes en su espalda que cuando baila deja ver sus muslos. Él, representa un barcelonés rico, cliente de los cabarés, que está por regalarle flores y un collar de perlas. Los acompaña Quimet, un gegantó que representa un camarero de esos teatros que hicieron historia en Paral·lel y lleva ese nombre precisamente por el bar Quimet i Quimet de la calle del Poeta Cabanyes. Va vestido con camisa blanca, chaleco negro y delantal, lleva una copa y una botella de cava y parece que está a punto de servir.

Condes, terratenientes, agricultores, van desfilando al compás de los músicos que los acompañan mientras los capetscabuts o capgrossos, nombres que según cada barrio se les da a enanos y cabezudos, van abriendo paso y manteniendo el orden ante tanto público fervoroso.

La mayoría de estas figuras tuvieron un origen religioso, aunque han sido rescatadas en la actualidad con fines festivos y también con un trasfondo simbólico y de mucho contenido político. Cada figura es propiedad de una Colla de barrio y les otorga identidad, sentido de pertenencia y de comunidad.

Teatralidad, ritualidad, simbología y mitos. La fiesta se apodera de la calle, calienta las plazas y apasiona a los locales. Los catalanes la disfrutan, la viven, la saborean y se adueñan de su ciudad al menos hasta que la música y los bailes se acaben y los turistas vuelvan a arrebatársela.

Se me antoja el mundo
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