A veces el Erizo Fisgón se pone creativo y le salen textos de ficción inspirados por el viaje. Este texto salió de una mañana muy nubosa y fría subiendo la empinada cuesta de Trollstigen.

Trollstigen

Castigado por los años y el frío el auto se quejó durante unos minutos antes de arrancar. Finalmente puso primera y comenzó a subir. La ruta estaba mojada por la lluvia de la noche anterior y por la espesa niebla que cubría todo a tan temprana hora de la mañana. Apenas se podía ver unos metros más adelante y la intensa vegetación a ambos lados transformaba la 63 en un túnel con destino desconocido.

A medida que el camino se sumerge en el inmenso valle y comienza a ascender, la niebla y la vegetación van quedando atrás. Sus ojos claros pero sin brillo miraban por el espejo retrovisor y casi podían ver cómo sus mejores sueños y sus peores pesadillas también se quedaban colgados en las ramas de esos árboles.

Trollstigen es una de las rutas turísticas más visitadas de su país y se debe a las once curvas por las que zigzaguea hasta alcanzar la cima de la montaña. Se trata de un paisaje de ensueño entre rocas, musgos, pequeños torrentes de agua que se precipitan hacia el fiordo e inmediatamente al mar. Paredes de roca gris en lo más alto y de un verde profundo más abajo dibujan las montañas a ambos lados del valle.

Mediados de septiembre aún es una época benigna en cuanto al clima. Raras veces nieva y aunque suele hacer un poco de frío, es insignificante en comparación con los meses del invierno. Pero no había dejado ningún detalle librado al azar… había estudiado minuciosamente el pronóstico del tiempo y sabía que una tormenta otoñal azotaría la región durante los próximos tres días.

Tras cruzar el puente de piedra que discurre sobre la cascada Stigfossen, bajó la velocidad para mirar por la ventanilla empañada por su respiración caliente y agitada.

…¡Amaba tanto este lugar!.. Su padre, orgulloso de haber trabajado en la construcción, lo llevaba allí cada vez que podía sacarlo del internado. …Este lugar… que guardaba los únicos buenos recuerdos de su infancia, hoy le daba la posibilidad de cerrar la herida que lo atormentaba…

Bajó la ventanilla para sentir el viento y llenarse los pulmones por última vez con su aire helado.

Tras el último recodo de la subida hay una tienda de souvenirs donde todos los turistas se detienen a husmear y prolongar el éxtasis del camino recorrido. Sabía que a estas horas la tienda estaría cerrada pero igual lanzó una mirada de reojo para asegurarse y aceleró tras dejar la subida y comenzar el llano camino de la meseta Stigrøra. Tal como imaginó arriba la nieve lo cubría casi todo, solo asomaban algunas piedras oscuras muy de vez en cuando. A pocos kilómetros se desvió por un camino de piedras prácticamente intransitable y en minutos estaba frente a la laguna.

Detuvo el auto, bajó y encendió un cigarrillo. Mientras fumaba se aseguró que nadie anduviese cerca y observó que las nubes corrían ansiosas presagiando aún más lluvia. No se demoró más, tiró el cigarrillo a la laguna y detrás el bulto que traía en el baúl del auto.

El peso del cuerpo muerto no tardó en desaparecer en las aguas heladas. Si tenía suerte en un mes la laguna ya estaría congelada otra vez. Un mes era tiempo suficiente para que el cuerpo en el agua pierda su estado, se deteriore y quede irreconocible. Luego vendrían los meses de invierno y la ruta permanecería cerrada otorgándole el tiempo que necesitaba para alejarse y quedar, también él, irreconocible.

…El respetado doctor que fue a estudiar a la ciudad y volvió a cuidar de sus vecinos. Ese acreditado con títulos y doctorados, desde hoy era un asesino y dejaría todo para escapar. Huiría para que no lo atrapen, huiría para no seguir atrapado. Había cometido un crimen y cargaría con ello el resto de su vida, pero había librado a su comunidad de la herida que ningún título podía curar, había librado a su comunidad del todo poderoso obispo que dirigió la única escuela del pueblo durante las últimas cuatro décadas…

Subió al auto y volvió a recorrer las once curvas hasta descender por completo la montaña, unos kilómetros más y estaría en el barco pesquero que lo alejaría para siempre de su tierra.

Contaba con el consentimiento implícito y tácito de toda la población, sabía que nadie hablaría de más… aunque todos entenderían cuando hoy, al despertar, vean el cartel de “For Sale” frente a su casa.